DON LUIS Avances del trabajo de campo del proyecto "Llakta" y sus últimos desarrollos Su nombre es Luis Maldonado. Trabaja en la Loma de la Cruz, justo al lado del puestico en donde trabaja mi prima, Mabel. La más bonita de las hijas de mi madrina. La misma a la que le asesinaron el novio. El señor es sin duda un indígena, pero un indígena criado en Cali. Su habla registra claramente el acento de los habitantes de Otavalo y se comunica con sus hijos en quichua, o por lo menos con pequeñas expresiones de esa lengua. El mismo me decía que no sabía mucho de su cultura, porque se le iba olvidando, así como a cualquiera que estudia en una universidad si deja de leer libros también se le olvida. Ojalá sea sólo pequeña impresión, que sea que se le olvida lo grande y legendario, pero sea por justamente no ponerle cuidado a las pequeñas manifestaciones de la cultura. Pero es mejor la Voluntad del Señor, Él sabe más. Me dijo que había venido a través de la frontera, esquivando el paso fronterizo, por allá en 1957, cuando Cali a duras penas llegaba hasta Imbanaco. Que conocía a muchos políticos y había estado en ferias y exposiciones por toda Colombia. Hasta había estado en Boyacá, en medio de los "boyaquenses". Pero se quejaba de la poca importancia que tenían ahora los artesanos, que antes había muchos más concursos, se les reconocía a nivel municipal, con ferias y vainas por el estilo. Ahora no los conoce nadie. Me contó (no mucho) sobre sus hijos, dos de ellos nacidos en Otavalo y otros cuatro en Cali. A algunos les gustaba su cultura a otros no, él no sabía por qué. Pero no querían vivir allá, sólo de paseo. Preferían vivir aquí, y él también, porque acá todo el mundo lo conoce, en cambio en Otavalo nadie. Es cuestión de tiempo... Cuando llegó no había panamericana de Ipiales a Popayán y les tocaba ir por trocha hasta esa capital, para ahí tomar el tren y venir hasta Cali. Coincide con los que conoció John James en la Estación. Si llegaron allí y no a otro lugar es por algo. (¿Por qué la mayoría de los que atienden en el centro, calle 12 entre carreras 6ª y 7ª, son mujeres? Son tan amables que parecen indígenas...) Su cabello en trenza larga y gruesa. Don Luis habla y con ganas, tiene mucho que decir, y lo ha dicho. Lástima, por lo que parece, se lo ha dicho a los periodistas, todos de carrerón, que quieren saber todo pero ya, sin pensar, sin masticar las cosas y no dejarse engañar. Tal vez los periodistas le han dejado ese singular afán, o tal vez él siempre lo ha tenido. Es un comerciante, después de todo. Es caleño en gran parte. Se le ve. Parece el típico microempresario que vela por sus intereses. Para encontrar hay que buscar y el Señor dijo "el que busca, encuentra; el que habla se le escucha; el que llama, se le abre". Por ejemplo, los símbolos que están en el piso ¿qué significan? Le contó a Mabel que eran quichua, pero que él no lo entendía por falta de contacto. Ella le contó que un amigo le estaba enseñando el aymara, y Don Luis le respondió que era de la familia, que no eran iguales, pero se entendían. ¿Algo así como el italiano y el español? Bueno es preguntarlo. Las artesanías el significado de los dibujos. Si no los hace él, ¿entonces quién? ¿Eran agricultores los otavalos? "Somos atahualpa". ¿Cuál es la diferencia entre los atahualpa y los saraces? ¿Quienes son los saraces? Vaya cuestioncita en la que me metieron los ecuatorianos, ¿o ellos sí eran saraces? Se vestían como cualquier paisano. Martes. Notas en desorden, no necesariamente el orden de Don Luis. 05:47 PM 04/07/98 En Su Nombre. La frontera. No era fácil pasar, muchas veces cobraban por dejar entrar la mercancía, por eso se pusieron de acuerdo los países para eliminar la aduana. Hay un límite para pasar, de hasta tres millones. El ha estado en Perú y es un desierto. "En Cali estamos en el Cielo", porque tenemos de todo, en Perú todo, todo muy caro. En los pueblitos pequeños no hay pan, sólo en las ciudades grandes e intermedias, "así como Tulúa". Le tocó saber de torturas a la gente en la frontera, donde los colgaban de un palo con las manos amarradas, sólo apoyados en las puntas de los pies. Don Luis dice "mucha torturación". Según él, fue con el Gobierno de Roldós que se organizó y se acabó esa situación. Era muy difícil hacerlo antes. La sociedad moderna apenas llegó en estos años; él tiene hijos en E.U. y Europa, y ellos le decían que allá no era nada, que pasaban la frontera como si nada. Eso comenzó aquí apenas hace unos años. La seguridad es mejor en Ecuador porque allá cualquier vecino si ve un ladrón lo agarra, sea quien sea, no importa que no conozca al que está robando, lo cogen y le dan durísimo. Eso por acá en Colombia no se ve. Aquí cada quien, si ve que están robando, si mucho les da lástima. Sólo lástima. Al final cada quién sigue su camino. Eso en Ecuador no pasa. Perú en el norte no es como el desierto que hay entre Charqui e Imbabura, es peor. Así como en las películas que se ve el Sahara, así igualito. No hay es nada. Colombia y Ecuador están mejor. También estuvo en Venezuela y veía muchos paisanos en la frontera con sus paquetes. No los dejaban pasar. Sólo tres kilos de muestras, para decirle al cliente que era lo que tenía y después regresar. Sólo hasta una docena de productos dejan pasar. Después se tiene que regresar, mucho problema. Siempre ha negociado con textiles, desde chiquito, cuando venía con su papá. Todavía los militares siguen fregando. Los colombianos nunca han torturado, ellos sólo molestan y preguntan y piden plata para dejar pasar, pero no como antes en el Ecuador. Los ecuatorianos eran honestos pero duros. Ahora ya no torturan pero están pidiendo plata, igual que los colombianos. La esposa llega con clientas preguntando por un tejido grande en especial, con gente al frente de la iglesia, que se ve como un mercado, con la puntada muy fina. Don Luis les muestra todos los que tiene y ni así. Las señoras buscan uno en especial. "Hay que tener de todo para satisfacer a los clientes, si uno no tiene uno, se van" concluye. Habla mucho sobre las aduanas, que mucha gente se enriqueció con eso. Era mucha plata la que lograban y muy poca la que le llegaba al estado. "Es como si el hijo vendiera un millón, y después el padre le preguntara y él respondiera, "no, no hice sino doscientos mil" y se quedara con el resto". Mucha gente vió enriquecerse así, otros, menos vivos, se la tomaron. No lo dice en palabras, sino con el gesto, de la mano levantada con el pulgar señalando el esófago. El negocio se llena por oleadas. Jóvenes preguntan por los palos de lluvia, por su precio. Otro pregunta por hamacas para niños, pero parece que no se lleva ninguna. Empieza a llover y hay que estar pilas que la mercancía exhibida al frente del localcito no se moje. Está colgada con ganchos, como cualquier prenda. Lo que se ve es, más que nada, ropa. Adentro hay cerámicas, toda clase de tejidos, collares, madera esculpida y pintada, pirograbados, con miniaturas de instrumentos típicos musicales. Hasta tiene el pirograbador en su caja, donde se dejan ver los ensayos que ha hecho. Mucha mercancía entraba antes de contrabando, porque claro, Ecuador vendía mucho más barato. Varios negocios quebraron en Pasto por eso. Los gobiernos se pusieron de acuerdo e igualaron los precios. Ahora están a la par. Pasto, Ipiales y Tulcán venden a casi el mismo precio. Antes los carros ecuatorianos (Ford y otras marcas) se vendían por menos de la tercera parte de los colombianos. Toda la gente en Popayán compraba sus carros en Ecuador. Habla con sus hijos y su esposa con pequeñas expresiones que parecen en quechua. No le oigo una frase larga. Su hijo oye música de la Zeta, muy moderna, aunque se nota cierta predilección por la que viene en español. Le hace una pregunta a su señora sobre los presidentes que había en el Perú, pero ella le responde que de política no sabe nada. Yo tampoco me acuerdo, pero igual, seguimos conversando. Junto a los collares hay un espejo pequeño, a la altura del rostro de una persona mediana, para que se lo pruebe y vea que tal le queda. En la parte de atrás se ven sombreros tejidos en fibra. Hay de todo lo que una persona puede querer buscar en artesanías. Hasta instrumentos musicales: Quenas, flautas, rondadores, (artaks? no recuerdo, pero son como flautas cuadradas con diseños). "Los que no saben hablar español la llevan más duro, pues ya los policías, los encargados de la frontera saben que les pueden pedir un papelito que les falta, y con eso pedirles plata. No importa que a nadie se le pida el papelito. A lado y lado de la frontera les pasa lo mismo. En cambio, si ven que uno sabe hablar bien español, no dicen nada". ¿Cómo es eso de ser indígena en Cali? ¿Y en Ecuador? ¿Hay alguna diferencia? ¿Cuáles son las ventajas? ¿Cuáles las desventajas? Posibilidad de grabar en su casa. Por lo menos verla. ¿Grabar en el negocio? Contactar por fin a John James y Guillermo Santamaría. El teléfono. Lo tiene Luis E. Algo se queda. ...Buscar en el tintero. Molestan si no hay pasaporte después de Quito, lo mismo en Colombia después de Cali. Tiene que mostrar el permiso que dan en la aduana. Sino hasta lo meten en el calabozo. A él le ha tocado, por sus mercancías. Sufrir frío y calor. ¿Qué hay de los jóvenes? ¿Cómo preguntarlo? Vamos por partes. Cuando la visito, Mabel muestra premura en saber cuando grabaré. ¡Por Dios! No impacienten a Don Luis. El local donde atiende Mabel es de un sureño, no sé exactamente de qué país, pero se me olvida preguntarlo. El repara, vende instrumentos musicales. Entre muchas artesanías, claro. Tiene un repertorio graaande de música andina tocada por chilenos, bolivianos, peruanos, etc., etc. Ella repara pequeños músicos de cerámica que la gente a tumbado al piso. Hay hasta cóndores con sonrisa monalisíaca, pegados sobre cristales de cuarzo. El espacio en medio de árboles, la forma de los locales, hasta eso es artesanal también. El público, casi siempre consiste en muchachos de pelo largo o mujeres vestidas muy informalmente. Cuando llego al local una familia, con acento sureño, le compra de todo. Celebran, en cierto modo, estar en Cali. ¿Turistas? Muy probablemente. Lo que no se me ocurre es de dónde sean. Si su acento es sureño, entonces ¿por qué comprarle a un ecuatoriano? Pequeño misterio. Mañana es miércoles santo. Ojalá esté Don Luis y no me haya extrañado hoy día. Tengo algo de tiempo para mascullar lo que me dijo. Un detalle: El amigo pelirrojo del hijo más grande. ¿Será que la señora está interesada en Perú, o viene de allá? Ella trae clientes ¿de dónde? Los atiende mientras Don Luis me atiende a mí. Lo mismo hace su hijo. El premio del jefe del hogar será ser visto en toda la región, y ojalá más lejos. EL QUE ES: Un principio olvidado, que no debe olvidarSe. 11:56 PM 04/16/98 Hace como cinco días que no voy por allá. Hablé con el hijo más grande y un niño más pequeño, otavalo, pero no parecía hijo de Don Luis. El joven estaba haciendo pirograbados y se notaba su talento gráfico; algo así como el de Luis E., sólo que con ese aparato en especial. El mismo me dijo que su papá estaba en Ginebra, que sólo llegaba hoy. Ojalá. Dios quiera. Les dije que sabía algo de quechua, y el mayor me dijo que él no sabía, que el menor sí. Y le comenté las pocas frases quechuas que sé y el menor las entendió. Me corrigieron el "nuqa" de las clases de www3.rcp.net.pe, para ellos es como me enseñó Laura Lee Crumly, "ñuca". Ojalá las diferencias con los otros vocablos no sea tan profunda. Vamos a ver que nos concede el Señor hoy. El es grande y bondadoso, nadie es como Él. 04:51 PM 04/18/98 Detalles El joven dibujaba un paisaje con una palmera y un hombre fumando recostado en ella. Los trazos eran gruesos y sencillos. Luego hizo el rostro de Sam Bigotes, con mucha facilidad. Don Luis me atendía desde atrás de una vitrina, apoyando sus manos en ella. La vitrina quedaba en el fondo. Muchas cosas penden del techo del negocio de Don Luis. 12:57 PM 04/24/98 Me hizo mucha falta anotar lo que le pregunté sobre ser indígena, sobre estar aquí y allá como cultura. Hoy me siento atrasado al respecto, pues ni siquiera he anotado la visita reciente con Luis, y se me están olvidando las preguntas y las respuestas. Pero tengo las notas de la primera conmigo. Para él, los indígenas del Ecuador son más educados, son mejores en las artesanías y han entrado en el progreso con los estudios. En Colombia casi no, él conoce Sibundoy, Putumayo y Tierradentro, Cauca. Ahí dice que ha visto a los indígenas más educados por acá, pero que no tienen mucha artesanía, "en Colombia es más que nada agricultura". Hubo un congreso internacional indígena y los ecuatorianos lo ganaron en artesanías y adivinación. "Tengo 2 hijos en los E.U., muchos indígenas han estado allá y en Europa, él tiene hermanos en la última. Los de aquí poco tienen en artesanía y música, han salido a Venezuela, Ecuador no más, no como los ecuatorianos, que van mucho más lejos. Sólo una región que él conoce, Cayapa, cerca a Esmeraldas, no tiene el avance (recién cayó en cuenta de los amazónicos). Me habló de Sarañusta, en Cayapa, que tiene su fiesta el 5 de septiembre. En esa ocasión le pregunté su opinión sobre lo que decían los de la Orivac, que los otavalo no eran indígenas porque no tenían una autoridad reconocida, un territorio y unas tradiciones identificables a seguir. El me respondió que en cada lugar, en cada región se tenían reglas diferentes, así como costumbres diferentes. Me comentó de lugares donde hacía la semana santa de una manera, con vestidos vistosos para las mujeres, y de otros donde ni siquiera la celebraban. Estos son, más o menos, mis apuntes de esa ocasión, probablemente el martes. El miércoles volví con Luis y lo encontré muy apurado, recogiendo cosas para irse al centro, pero así y todo me respondió preguntas sobre la relación con sus hijos, de cómo se transmitían las costumbres. Me respondió lo que me habían dicho antes, que era por falta de contacto y también reconoció el error de ellos como padres, de no preocuparse por transmitírsela a los hijos. Porque él y su mujer hablaban en la casa en quechua pero sus hijos no. Uno que se preocupaba, pero los otros hablaban sólo español y entendían una que otra palabrita, como las que ellos decían en el negocio. Reconoció que ellos lo utilizaban como clave, para decir en secreto que una persona estaba pidiendo mucho, o que echara ojo que ese que acababa de entrar parecía ladrón. Sobre las mujeres le pregunté sobre la importancia de la falda y el chumbe. Sobre la primera me dijo que los otavalo les decían que no a las que querían ponerse bluyines, porque si las dejaban entonces ya no se podía decir que eran indígenas, sólo que eran comunes y corrientes, mestizos. Que por eso no las dejaban. Sobre el chumbe me decía que sólo era una prenda, así como la correa, que no tenía más significado. Que así como uno no podía salir a la calle sin correa en los pantalones, las mujeres tampoco podían salir sin su chumbe. ¿Qué más podré preguntar? ¿escarbar en la relación con las autoridades? ¿En cuál aspecto? No es exactamente el más claro de los que tengo. ¿En qué dirección habíamos acordado avanzar con John James? "Ellas quieren novios blancos". ¡Puf! ¡Vaina peluda! ¿Cómo llegar hasta allá? ¿Don Luis, a usted le encantaría viajar a Europa? "¿Y a quién no?" podría ser la respuesta. Tal vez la vaina está en que estamos defendiendo un nacionalismo, o algo así como un "continentalismo" latinoamericano. Es claro que es mejor articular nuestras culturas con respecto a lo que realmente somos y no lo que son E.U. y la U.E., o aún peor, Alemania, G.B., Francia y España. Creo que la diferencia es hacia los ricos, queremos ser como ellos, queremos tener nuestras necesidades resueltas y no que se nos persiga por ser tan pobres. Como los de la frontera que no hablaban español y los militares se aprovechaban de ellos. Queremos llegar muy profundo y tal vez Don Luis no se esperaba eso. Como todos, se esperaba una investigación tipo radioemisora comercial, ¡de afán, de afán! Y ahora apenas se está dando cuenta. Que se trata de encontrar secretos que nadie conoce. Cosas que ponen en evidencia injusticias sociales, "autonegaciones" colectivas, la estigmatización de lo que somos como indígenas, que no es un invento nuestro sino de los europeos, pero que de todos modos nos lo hemos tragado y ahora ellos nos contradicen. ¿Qué resultará después cuando ya lo hagamos? "No, no abusen, son peligrosos los nacionalismos". Y claro tendrían razón al revisar sus propias experiencias. Pero nosotros en INAIA nunca hemos tenido un nacionalismo indígena. Hemos tenido, sí, nacionalismo mestizos hipócritas que se llaman indios, pero que al fin y al cabo terminan entregándose al mejor postor, al rico más conocido (léase E.U.). Y en la medida en que juzgue seré juzgado. El proceso es largo y complejo y he comenzado a escribir sobre lo que pienso, más que sobre lo que busca el documental. Pero tenemos que articular lo que pensamos con lo que buscamos, para que el documental responda a eso. Pero que sea un buscamos incluyente, es decir, con Don Luis a dentro, no sólo como espectador, o como "víctima" (de nuestro afán de sacar un documental). No se puede lograr algo sin que él participe, sin que tome decisiones, por lo menos minoritarias dentro del grupo de 4 o 3. Pero sería mejor que él supiera a dónde va a parar todo esto. Que no fuera minoritario sino en condición de igualdad. Y ¿hasta ahora lo es? ¿No he estado hablando a sus espaldas y considerándolo como considera un médico a su paciente? No es exactamente un plano de igualdad. Y este último puede surgir en la medida en que lo busquemos. La vaina es el tiempo, estamos colgados ("es cuestión de tiempo"). ¿Cómo desarrollar un proceso semejante en tan corto tiempo? Dedicarle más atención, incluirle, buscar rebasar esa distancia discursiva que el mismo Don Luis interpone. Pero ¿y si es algo inherente a su cultura? Vaya embrollo. No sabría cómo... La informalidad tiene sus dimensiones. Para los orientales es importante hasta en el interior de sus familias. Los indígenas se parecen mucho a los orientales. Por simple transitividad... ¿Cómo llegamos a ellas? ¿Es realmente necesaria la informalidad? Y sino ¿entonces qué? Ummmm... Allí vamos. El Señor sabe lo que hace, y Él es justo, Él es bueno. Sólo Él. 09:37 PM 04/24/98 Otro tipo de contacto. Ahora Don Luis ha mostrado interés en el periodismo. Ha comenzado a leer el periódico con más ahínco. Le dice a sus hijos que lo lean, y ellos lo que quieren es plata, para comprar zapatillas, para arreglar el equipo. Su mujer parece saber más que él, pero está más cerca de sus hijos, claro. He descubierto que también trabajan la madera, pero no tienen tiempo. Por lo menos eso era lo que le decían al vecino que hoy estaba en el local. El chiquito ponía (colgaba mejor) la ropa en las rejas del puesto. Parece que él es el más callado de los tres que acompañan a la pareja de padres. Cada uno se llama "papá" o "mamá", no por el nombre de pila. La vieja separación entre hombres y mujeres vuelve a estar presente, esta vez, no sé en todas, como una competencia. Don Luis gusta de hablar de sus hijos en el exterior. Y para colmo yo le pregunto. Uno de ellos vive en California, en San Francisco. Vende también artesanías. Se fue, como es costumbre en los otavalos, sin conocer a nadie, sin tener familia allá. Y fue difícil, muy difícil el primer año sin saber hablar, pero después aprendió y supo cuando se vendía ropa para invierno y cuando para verano. También aprendió que en algunos estados compraban un tipo de ropa, otra en otra parte, en otros adornos para la casa y que en otros lugares la gente no compra. También dónde compraban ecuatoriano, dónde guatemalteco, dónde mejicano. Y así se fue instalando. Los nietos no hablan español. Lo mismo que los hijos de su hermano que está en Londres. Como son ya nacidos británicos, no saben el idioma. Pero su hijo y su hermano hablan varios, ¡puf! como cinco. El otro hijo no quiso aprender allá en E.U. y se quedó no más con el bachillerato que tenía antes de irse. Y a ese sí le dieron trabajos por debajo: Arreglar jardines, limpiar, cosechar, usar máquinas. Los que la mayoría de la gente latina hace por allá. "¡Qué bueno hubiera sido que hubiera aprendido por allá!" Claro que también por allá es más cara la universidad. Se demoró en contarme de su otro hijo menor, que no siguió los pasos del otro. ¿Algo de vergüenza? Muy probable. El aprendió que la gente de allá era más sabia por que su esposa se enfermó. Le dio "un gusano en la cabeza", de comer tanta fritanga. Estuvo mala mala, durante tres años. En esos la llevaron a todos los lados en donde estaban, en Otavalo, en Ibarra, en Quito, en los hospitales. Aquí en Cali fueron a la clínica Imbanaco con gente conocida de la alcaldía y otras partes. Seis fueron. Y ahí en frente, el doctor les dijo "si queda bien, queda bien, si no pues se muere, y si queda mal, pues queda paralítica". No les daba seguridad. Así que, gracias a Dios, llamaron a su (hijo, hermano? creo que el último) en Londres. Y él les pidió que le mandaran todas las fórmulas que le habían dado en los tres años por fax, y él allá consultó con un médico especialista. Una "persona sabia". El les dijo que no necesitaba operar, que se podía tratar con medicamentos, que la mandaran. Claro está, el hermano (o hijo?) le explicó que era una persona de Otavalo, que había estado tres años enferma, y así. A los tres días estaba mandando por la señora. Y a los seis días estaba saliendo ella para allá. En ese tiempo tenía que andar ayudada por otras personas, porque no podía andar sola. Desvariaba, a veces estaba sana, a veces no. Y así la mandaron encargada con la azafata, para que la tuvieran en cuenta en París y que el hijo la recogía en Londres (ahora como que estoy más seguro que era hijo). Allá ella llegó e, ¡imagínese sin conocer nada! Tuvieron que ayudarle para encontrar la salida. Y allí la estaba esperando el hijo. En el centro médico le dejaron tres meses, con tratamiento a punta de drogas y a correr. La ponían a correr y correr. Y así se mejoró. Ahora está bien, pero todavía quedó un poco cambiada, porque tiene un mal genio que antes no tenía. Por eso él piensa que la gente allá es más sabia. Porque acá no supieron como resolverle ¡y hasta le cobraron 35 millones! Y eso fue una angustia tremenda. ¡¿De dónde iban a sacar la plata?! ¡Ni vendiendo la casa! Y sin saber como iba a quedar. Pero Dios mediante, salieron bien las cosas. Don Luis es evangélico. Estuvo en Ginebra haciendo campaña. Todos los años la hacen y ahora les tocó. Mantiene una Biblia en el local. Esa vez que llegó, la tenía encima del mostrador del que casi siempre me habla detrás. Me contó sobre su familia en Otavalo, que viven, unos cerca a Quirichi (?), de donde es su esposa, y él de detrás del Imbabura, cerca a la laguna San Pablo. De por allá es él. Ya casi no traen ropa de allá. Ya pasó la moda. Hasta al hijo le están enviando ropa de Pakistán, que es la que más gusta. Casi toda la ropa que traen es de Pasto, pero mucha es hecha por ellos mismos. El tiene un telar manual en su casa. Allí tejen de acuerdo a la época; como por ejemplo, cuando hay temporada escolar, la entrada al colegio, tejen bolsos. Otros días blusas, otros días así. A su hijo le tocó aprender que para el invierno era la ropa de lana y que para verano la del algodón. También su hijo se juntó con unos compañeros y trabajó como músico. Se juntó ya cuando conocía, con los peruanos, bolivianos, ecuatorianos, y así fue más fácil. También estuvo en España, pero había mucha competencia y trató pero se aburrió y regresó a Estados Unidos. Es tradición para los otavalos aventurar. Se van así sin conocer nada nada, y poco a poco van aprendiendo. Don Luis también se metió a Barranquilla, después de largas horas de viaje, ¡y con tres bultos de ropa! Allá llegó al terminal con otros amigos, y preguntó donde era más barato para quedarse. Le dijeron que donde un italiano, que allá iban a dar todos los paisanos de él. Y lo llevaron y resultó un señor amabilísimo, que quería mucho a los ecuatorianos y que se sentía como un paisano de ellos. Allá estuvo y fue difícil, porque el costeño habla muy distinto y no le gustan los serranos, la gente de Bogotá. Les dicen que se vayan, que ellos allá dicen compa, pañe. No les gustan. Pero así y todo se metió. Ahora piensa en la educación de sus hijos. Uno de ellos, el de en medio, compró unas zapatillas que cuestan lo mismo que una cama. ¡Como 120 mil pesos! ¡Pucha! ¡Eso es darle mucha importancia al calzado! El más grande le dijo "papá, ayúdeme para reparar el equipo, que vale 90 mil pesos" y Don Luis le respondió "¿y yo para que quiero equipo?", "¡para que lo haga sonar!". "¡Lo harás sonar vos! No. Arregle usted eso". Y se fueron los dos, el del equipo y el de las zapatillas a traer el aparato. Cuando yo llegué estaban todos ahí, en frente del negocio, reunidos en familia, hablando con el señor que parecía ser carpintero. Le decían que si quiere yo mando a hacer, y ahí hablaron de hacer una cama que la señora había visto en una publicidad de Exito y le había gustado. También un mueble. Ellos sabían como hacerlo, pero se gastaban todo un día o más, haciendo eso. Ellos mismos hicieron la estantería que está en las paredes del negocio. Decían que de pronto hacerla en Guayacán, pero eso es muy caro, madera muy fina, que era mejor hacerlo sólo en pino. Como que los interrumpí, ahí cuando estaban todos juntos. Apenas si caí en cuenta. Fue Luis E. quien me dijo que iba a haber un festival de cuenteros en la Loma de la Cruz. Nos lo perdimos. Quién sabe como sería la reacción de toda esa familia otavalo ante un acontecimiento artístico como ese. Probablemente se prepararían para el negocio. En la voz del joven más grande ya no se siente tanto el acento sureño, y en la sonrisa alocada del que le sigue, veo también una profunda influencia caleña. Como estaba demostrado en el artículo de Reader's Digest, el inmigrante tiende a comportarse como los nativos. Y más si pasan varias generaciones. Pero en todos los sentidos, tanto como en las virtudes como en los defectos. Y Don Luis, como cualquier caleño (incluido el susodicho) tiene parientes en el exterior y sueña, en cierto modo envidia, esas sociedades. Quisiera estar allá, tener sus avances. Pero se enajena en la medida en que los busca. Sin embargo no es casualidad. Es muy poco tiempo como para generalizar, pero veo que los europeos, rubios, gringos, o lo que sean, tienden más a acercarse al negocio de Don Luis. Incluso, más a sitios como la Loma de la Cruz. ¡Si hasta parecen más inclinados a financiar un documental sobre los indios otavalos! Pero amanecerá y veremos. Todavía no está asegurado y, la verdad sea dicha, no he consultado ninguno de los que me ha mandado Edgar de UCLA y los oscares, que parecían ser los más indicados, los más cercanos. ¿Qué se me queda? Reconoció que yo había estado en Otavalo, conocía Peguche Tío en Peguche, y lo usó para indicarme de dónde era él. La señora estaba tejiendo algo que parecían sacos grises. Su talento para los textiles se notan por todos lados. El señor que parecía saber de carpintería, estaba mostrándoles unos portales pequeños y en miniatura, hechos en madera. Tal vez estaba tratando de vendérselos, y de ahí surgió la idea para ayudarle. El los llamaba "paisanos", aunque, la verdad sea dicha, parecía bastante caleño. ¡Puf! Hasta de San Antonio. ¡Raizal! Pero eso es pura especulación. Hablaba de clavar y pegar, la madera era lo suyo. Al final hablamos de la falta de una autoridad que controlara como funcionaban los empleados públicos. El había estado el otro año en lo del predial y había visto a las funcionarias tomando tinto mientras la gente se asaba a pleno sol. Lo mismo la oficina que quedaba ahí cerca, donde la doctora se iba, la secretaría la mandaban a Yumbo a vainas electorales y ni el mensajero estaba. El caso es que no abrían por la tarde. También me dijo del seguro social, que no había doctores de verdad, que todos eran aprendices, que los titulados no iban. Y si lo hacían, estaban no más tres horas y se iban. Eso es una vergüenza, lo pone triste a uno. Me preguntó quien se encarga de controlar eso. 8:26 3/18/99 ¡Anda si llevo tiempo sin consultar! Es demasiado. Pero hemos regresado. He vuelto a hablar con John James, acordamos reunirnos en la cafetería de economía y ahí hablamos y hablamos. Pero, bueno, no mucho. El a duras penas tiene tiempo y yo tengo muchos sombreros en mi familia. La única evidencia que tengo de esa conversación es el pequeño papelito que escribí para aterrizar las vainas. Todavía flota sobre mí la sensación de haberla embarrado con Don Luis, lo más probable es que él esperara ver la cámara y, de una vez por todas, la realización del documental. Pero ahí vamos... En orden las cosas vendrían así: Primero, la reunión con John James. Luis E. no pudo ir. Hice un esbozo de guión y se lo presenté a los dos. Tal vez deba incluirlo aquí [llakta-preguión.txt]. Ahí, en esa reunión le hizo sus críticas. Luis ya lo había visto y había dicho que no parecía ser sobre los otavalos, que necesitaba ser más profundo, mostrar no sólo una persona. John James casi que coincidió y, a decir verdad, yo también tenía la idea inicialmente, pero ante la dificultad en la financiación fui retrocediendo. Planteé el guión como una realización muy sencilla y poco costosa, partiendo de lo poco que teníamos trabajado. [Tenía, casi en singular...]. Tal parece que hoy, por fin, John James conocerá a Don Luis, a las 3 p.m. Amanecerá y veremos... El caso es que esa vez hicimos apuntes puntuales, sobre todo en lo que falta por la relación campo-ciudad, la añoranza, que es lo que más interesa a John James. El texto del papelito que utilizamos esa vez, una lejana visión de todo lo que hablamos, dice así: Relación campo-ciudad. -Añoranza = antes -Migración a Cali -¿Por qué establecerse en Cali? -¿Por qué quedarse aquí? -Herencia cultural, el "disfraz indígena". -Las mujeres ¿qué tienen para decir? -> Sobre el vestido, etc. -Los jóvenes -Organizaciones indígenas -Visión hacia el futuro (más íntimo) * ¿Cómo era su mundo antes? * ¿Cómo vivencian la ciudad y cómo la ciudad los ha cambiado? Identidades: Idioma - territorio - raza - religión - política Lo que más me llamó la atención esa vez fue lo que me comentó J.J. del señor que entrevistó. El vio llegar otros, que parecían indígenas, y dijo que no, que esos no eran indios, que eran algo así como suplantadores, que se vestían igual pero ni siquiera hablaban su lengua. Y lo decía con indignación. Eso es crucial a la hora de definir la identidad indígena y sorprende que los otavalos también lo tengan a su interior, lo mismo que sucede con los de la ORIVAC con respecto a ellos. También discutimos sobre qué debía hacerse en imágenes, la dificultad de conseguirlas utilizando el equipo de UV-TV. Por ejemplo subir a la loma de la Bandera sería un sueño. Ellos, si van a hacer algo, es de una. Cobran por cada movimiento y eso ha sido una dificultad para otros grupos, pues han ido y la persona que han ido a entrevistar no ha estado, o ha llegado tarde y se han quedado con las cámaras al hombro. Hablamos de la posibilidad de usar las imágenes que hicimos con Luis E. en la cámara Hi-8 del tío de este último. El mismo que no quiso prestarla de nuevo, muy probablemente por el afán. Habría que hablar personalmente con él. La cámara de Ana, la de ArteVisual, está alquilada. Esa vez que hicimos las tomas, recorrimos el parque de arriba a abajo, buscando tomas de apoyo. Tomamos el local, algunas cositas de aquí y de allá. Imágenes de la señora cosiendo. Nos perdimos una, muy buena, de ellos subiendo al carrísimo que tiene uno de los hijos. Pero a fin de cuentas, nos permitió revisar cómo sería el documental en términos visuales. Y apenas si estamos jugando. Es necesario hacerlo así, para hacerlo bien el día en que todas las cosas se vengan en serio. La vaina es que don Luis puede perder la paciencia, más si la embarro... Ese temor está resuelto, gracias a Dios. Tal vez esas mismas imágenes puedan ser utilizadas a la hora de la edición, si nos dejan entrar la cámara y si, claro, la definición da para algo. No sé cómo será, pero si es el caso, también tendríamos que considerar los dos rayas negras inmensas que surgen cuando uno graba en un formato más pequeño. Pero tengo que actualizar los desarrollos más recientes. Volví una vez y don Luis no estaba, tampoco la esposa. Le pregunté al hijo menor, que estaba encargado del negocio con una pariente más pequeña, si quería hablar para la cámara y me dijo de una que no. Le insistí y sonrió. Echando ojo pillé una tarjeta colgada en una especie de cartelerita y decía literalmente lo siguiente [ojalá pudiera scanearla (digitalizarla)]: S.I.S.A. ATAHUALPA ARTESANIAS Instrumentos Musicales Música Andina y Ambiental /Visítenos/ ----------- Carrera 35 No. 4D-37 Barrio San Fernando Frente al Parque de las Banderas - Teléfono: 554 28 71 - Cali Era de un color café verdoso, en papel Kimberly grueso, con dibujitos de instrumentos musicales muy sencillos, las primeras líneas escritas como si fueran en una tabla. Le pedí una a Oliver, como supe después que se llamaba, y él me la dio. En otras ocasiones había venido y había encontrado a una muchacha, digamos mayor de 18, probablemente una pariente. Casi que al mismo tiempo, había tratado de encontrar a los de la OINE (Organización Indígena Nacional Emigrante) - Asoinya, que tienen su oficina cerca a la "Olla", más o menos en la carrera 13 entre las calles 10 y 11. Tratamos y tratamos, y las primeras veces ni nos abrían 12. la puerta. Nos dijeron que estaban o bien temprano o muy 13. tarde. Fui una vez a las 8 y me dijeron que no que 14. estaban trabajando, porque ellos también tenían que 15. hacerlo para sobrevivir, la oficina no tenía con qué 16. pagarles. Volví, por último, una tarde y me abrió una 17. señora. Ella me dijo que había alguien, y como que el de 18. adentro se arrepintió o ella no tenía claro si estaban o 19. no, y me dijo que ellos se encontraban más seguro de 20. lunes a viernes de 8 a 10 a.m. "Seguro" me dijo. La vez siguiente por fin encontré a Don Luis. El me dijo que iba a estar yendo y viniendo a Ecuador, que iba a ser más difícil encontrarlo. Me preguntó cómo íbamos a hacer el documental y le comenté sobre la OINE. El me dijo que él estaba trabajando ahí, que atendían de 7 a 9 de la mañana, que había dejado de ir porque el no sabía escribir (por lo menos a máquina) y que normalmente iban dos. Como el otro, que sí sabía escribir, nunca iba por razones de trabajo, él se aburrió y dejó de ir. A la esposa no le gustaba que él fuera, a ella no le gusta andar para arriba y para abajo, pero a él sí le gusta lo de la organización, porque han conseguido cosas, sobre todo en salud. El gobierno les reconoció que tenían derecho a rebajas sustanciales los que estuvieran afiliados con ellos. Les toca a veces ir y hacer que los operarios revisen el sistema y vean que ellos sí tienen ese derecho. No tienen secretaria, no tienen nada. Les toca a ellos mismos hacerlo todo y turnarse de a dos para atender. Pero él es optimista en cuanto a la OINE, pues sabe que a otros indígenas les han favorecido y les han dado tierra. Un indígena del Quindío (o de Pereira?) es el que los está organizando, pero el puede venir muy poco. Me contó la otra vez que había visto al presidente anterior (él lo habría escrito con mayúscula) hablar en una reunión con los indígenas, de que ellos tenían más derecho, pues habían estado desde antes y les habían quitado todas sus tierras. También le había llamado mucho la atención el reclamo que le hicieron, que hasta puso colorado a Samper, por no considerar el trabajo de las mujeres, en la cocina, con los niños, con los tejidos, al decir que ellas "antes no trabajaban". Claro, se refería a trabajar en el trabajo de las organizaciones. En eso estábamos cuando llegó la esposa. Le alegró mucho verme. Antes, don Luis me había dicho que ella se iba para los Estados Unidos, a estarse con sus hijos. Eso me dió mucho afán y yo concluí que había que grabarla como fuera, antes de que se fuera y perdiéramos un contacto tan importante. Pero ella me preguntó por mi familia y me comentó algunas cositas sobre la suya, allá en Ecuador. Me dijo que iba primero para allá y después para Houston, Texas. Que volvía dentro de una semana. Eso me alivió, pues quería decir que no se iba del todo. ¡Menos mal! Pero yo ya le había dicho a don Luis que iba a conseguir la cámara para grabarlos antes de que se fueran. Al fin no pude contactar ni a John James ni el tío de Luis E. se la prestó. Pero, un dato curioso, justo cuando salía de hablar con don Luis y su esposa, en la entrada estaban tres tipos, que parecían extranjeros, con camisas blancas y corbata, además de un portafolio en la mano, justo a la entrada del local. Uno de ellos era negro, por lo menos moreno. Parecían mormones. Yo salía corriendo a buscar a mis contrapartes y ellos que entraban. Quién sabe a qué venían o qué tenían que decirle a don Luis. El es evangélico, algo tiene que ver. Tal vez los tipos eran evangélicos, tal vez no. El caso es que supe que el tío de Luis no le había prestado la cámara ya al día siguiente. Estaba ilusionado con eso y la vaina no salió. Volví a las tres, a hablar con Don Luis y él me contó que su hijo, Oliver, el menor, estaba mal de la cabeza. Que habían tenido que sacarlo del colegio porque le iba muy mal. Decía que estaba así por un problema de los nervios que tenía desde que había tenido un problema por allá con los maricas (textualmente). Eran como la una de la madrugada y ellos, varios jóvenes, entre ellos Oliver, estaban molestando a un marica. Así, pues, por jóvenes. El marica se enojó y respondió con piedras. Estaban dándose roca, cuando un vigilante de la Beneficencia del Valle les dio bala a todos. Debió haber sido una escopeta, pues don Luis decía que lanzaba más de un tiro a la vez. Ellos huyeron agachados y el tipo le dio al carro por detrás. Desde ese entonces el pelao tiene un problema nervioso y no le va bien en los estudios. El mismo don Luis decidió sacarlo del colegio por un año, para que descansara y porque le estaba yendo muy mal. Casi todos sus hijos han terminado el bachillerato a lo sumo y se han vuelto negociantes o músicos. Eso es lo que Oliver quiere ser. El le dice que ya varios son músicos, que él debe ser otra cosa. Por lo menos reconoce, como padre, que eso al fin es decisión personal del joven. Pero lo más tenaz es que hicieron le cobraron al seguro y habían acordado que les iban a pagar 3 millones, casi cuatro, incluido el tratamiento del muchacho. Pero les salieron con que tenían que tener abogado y salirles una sentencia para que les pagaran. El tiene un cuñado que es policía y el casi mete en problemas al vigilante, pues salió armado a buscarlo. Lo encontraron por allá escondido, pero lo encontraron. Según la ley él no debió haber disparado, pues tenía que vigilar lo suyo, y lo que pasó con los maricas eran cruzando la calle. Según don Luis, pues, el tipo se excedió. Los del seguro están llenos de abogados y con esa les salieron, después de haberles dicho que sí les iban a pagar. "Mi señora lloró, diciendo 'yo creí que ustedes nos iban a pagar'", pero dejaron todo para cuando saliera la sentencia. Ella le dijo después que dejara todo así, que después de unos años el dinero se recuperaba con trabajo. El quería recuperar eso con un abogado y yo me metí a decirle que podía conseguirlo con el consultorio jurídico de la universidad, no sé si Libre o Santiago de Cali. El quiere que alguno de sus hijos se vuelva profesional, ya que ninguno a pasado del bachillerato. Así pues, me contó don Luis las peripecias de su hijo, el daño de su automóvil y sus problemas legales. Me dijo que su esposa no se había podido ir por problemas en la frontera, por las huelgas en Ecuador, y creo yo también por el paro de transportadores aquí en Colombia. El caso es que ella no se ha ido y el estará en el local todo el día. Después, volverá hasta el lunes. Lo mismo que su hijo. Pero con él hablé después de salir de la loma de la Cruz. En el lugar donde dice la tarjetica. Ahí llegué y encontré un local con un anuncio de madera: Atahualpa. Vitrinas con productos de la nueva era, incienso, velas, otro estante con música andina y otros donde vende instrumentos musicales. No lo detallé mucho. Me atendió una muchacha. Ella llamó a Luis Polo Maldonado como Polo. El me habló muy amablemente y me dijo que llevaba como 20 años en Cali, que en Otavalo estaban mejor organizados, que el no iba a la OINE porque no le gustaba mucho el asunto de la religión y la organización era evangélica, como su papá. Me habló de la ACUR, una organización que estaba naciendo, con diferentes indígenas del Cauca y de más allá. Me mostró una carta convocando. Entre los nombres de los directivos estaba el de "Ary R. Campo Chicangana", le dije que lo conocía y hasta coincidimos en decir que vivía en Jamundí. El me dijo que hablara con él. La carta tenía los siguientes teléfonos: 4480265 y 5160729. Figuraban tres firmantes, anoté a Ary y a Luis Antidio Mopan. El me dio otra tarjeta y la firmó por detrás como Luis Polo Maldonado Farinango. Ya por lo menos sé el apellido de la esposa de don Luis, y parece más indígena, como es usual. Todavía tengo la impresión de que con las mujeres es así. Nunca se sabe, pero la probabilidad es grande. Bueno, en esas estoy. Cavilando sobre todas las vainas que supongo deberé hacerle a mi hermana. La vaina de Junín, todo se me mezcla ahora que tengo trabajo. Pero podremos seguirle haciendo, el caso es ser constante y darse cuenta del valor del trabajo. Parece que algo está sucediendo y se está dando un despertar de las organizaciones indígenas. Parece originarse desde el Cauca, donde ahora el alcalde es un guambiano. Y no se puede negar la profunda influencia que puede tener el sólo hecho de que Jesús Piñacué sea ahora senado. Y con una votación abultada. Además, le sirvió como publicidad todo el asunto de la fuetiza por no hacerle caso al cabildo. La misma que le cambiaron por un baño (televisado y todo) en la fría laguna de Juan Tama. Es decir, El Señor Se está moviendo en medio de las organizaciones indígenas, y, si lo hacemos bien, seremos testigos de un acontecimiento social sin par: La fusión o el enfrentamiento entre las nacientes organizaciones indígenas en Cali y la Orivac. ¡Bendito sea Dios! ¡Todo sea para su Gloria! Amén. Amenamenamenamenamenamen... 11:14 a.m. 3/20/99 Es algo complejo lo que ha sucedido últimamente. Por fin logré, o mejor dicho, por fin logró John James venir a la loma de la Cruz a conocer a Don Luis. Eso fue excepcional. Cuando llegamos él estaba dormido, atendía el muchacho que lo ha hecho normalmente en estos días, que sólo logro diferenciar por su bozo y la nieta de Don Luis. Le dejamos dormir y nos pusimos a conversar sobre todo un poco. Cuando por fin se despertó comenzamos a conversar. John James hacía muchas preguntas al tiempo y no supe cómo decírselo. Casi que le estaba acostumbrando a esperar una ametralladora de preguntas, así no se lograría que hablara con soltura frente a la cámara. Volvió a contarle lo que ya me había dicho, sólo recuerdo algunas cosas pequeñas nuevas, cómo que se casó en Otavalo a los 19 años y que hoy tiene 57. Los nombres de los hijos son Eymer y Oliver, además de Polo y otra hija. Me dice que tiene 7. No recuerdo bien los detalles ahora, porque hay uno solo que lo obnubila todo: Don Luis se desató apenas le pusimos (¿o fue él quien lo puso?) el tema de la religión. De ahí en adelante ya no quiso soltarlo. Quería prácticamente convertirnos, o, por lo menos, predicarnos. Nos dijo que había tenido problemas con la bebida y eso le había ocasionado otros con su familia, con sus amigos, con parientes, con todo el mundo. Y sólo el evangelio lo curó. Decía que había tratado con brujos, que le habían espantado los demonios y echado licor al viento. Había ido donde un sicólogo por recomendación de un amigo, en Pereira, y con él se había mejorado mucho. Le había asustado la cantidad de preguntas que le habían hecho, sobre su papá, su mamá, su relación con ellos, de cómo lo recibían en la casa, cómo era cuando estaba borracho y cómo cuando no. De si había querido casarse o no, de si le gustaba su esposa, de la relación sexual, mejor dicho. Le preguntaron de todo, de esta vida y la otra y él gusta de enumerar. Así mismo enumeró una y otra vez lo poco que sabía sobre la escritura, confundió Barrabás con Judas, no dijo que el hijo de Dios había venido para salvarnos, que teníamos un Dios en quién creer y, la verdad, no sé por qué se extendió tanto. Conmigo había hablado y había pasado por el tema sin encasillarse. Puede ser por la presión de John James, él era desconocido y preguntaba tanto como yo o más. Pero, no sé, me da la espina de que fue por el pelo y la apariencia de J.J. En otras palabras: _John James le pareció /más indio/ que yo. Actuó en consecuencia. Trató de convertirlo, así como haría con uno de los suyos que viene a oírlo. Tal vez sintió que le estabamos dando mucha importancia y él respondió con lo que él consideraba lo más importante. Y claro ¿qué puede ser más importante que Dios? Si mal no estoy, antes le preguntamos si tocaba instrumentos y así fue a dar a que el cantaba en el culto y ahí había recibido trofeos. Porque él ya no cantaba lo suyo, lo tradicional, sino lo de su religión nada más. Muy rara esa vaina. Es ahí por donde pasa el límite entre la costumbre y la intolerancia. ¿Hasta qué punto es porque se lo prohiben y hasta que punto es porque es lo único que escucha? Menudo lío. El Señor se me está metiendo en el rancho y me toca tomar decisiones. También nos dijo que había trabajado en política y convencía a mucha gente, en grupos. No logré preguntarle a que partido había pertenecido. Sí. Creo que fue partiendo del alcoholismo que fue a dar allá. No logro recordar dónde se enganchó. Veamos... ¿Qué fue lo primero que le preguntamos? Fue sobre su venida, la añoranza que interesa tanto a John James. El antes de Otavalo, su relación con sus padres. ¿Quiénes eran, que hacían? Su padre sacaba lana a vender, eran campesinos de Otavalo. Tenían una finca (literalmente "sí, se parecía a una finca". Es decir, tenían un terreno cercano a lo que era el pueblo en ese tiempo. ¡Miércoles! Lo de Dios es demasiado importante, no me deja pensar en lo demás. Ahora ¿qué hago? Tenemos visiones distintas del documental... Obviamente tenemos que conciliarlas para llegar a un sólo producto. O dos, sólo Dios sabe. Pero me parece mucho más acertado lograr uno en el que quepan muchas tendencias, y, lo que es más importante, que no sean las nuestras, sino /las de ellos/. Ya tenemos algo. Polo desconfía de la OINE porque ve muy de cerca el asunto religioso. Su papá es un evangélico convencido, la superación del evangelio es para él su más fuerte testimonio. ¿Qué pasaría si conociera a otras personas rehabilitadas sin ser evangélicas? Se me queda algo de sus hijos... John James: La cuestión de la salud mental de Oliver, el hijo que se metió en problemas por andar dándole roca a los maricas, me sigue pareciendo crucial. Sobre todo por lo mismo que vos habías concluido e investigado: En el colegio los azaran mucho por tener el pelo largo, les dicen que son maricas. Supón que un joven decide hostigar a los maricas con sus amigos para demostrar que no lo es, que es más, le molestan. Se arma un retruécano por esa situación y el pelao sufre una crisis nerviosa. Después de todo, su padre es evangélico, y cualquier cosa que no se entienda, una dificultad suprema, inevitablemente tiene que ver con Dios. El joven no sabe si es marica o no. Si tiene que demostrárselo a sus amigos es porque en realidad también tiene que demostrárselo a sí mismo. También puede significar que Oliver engañó a su padre, para no tener que regresar a estudiar, en un ambiente hostil, que se niega a aceptarlo como integrante de otra cultura y le exige pertenecer a un grupo que no es el suyo. Pero son puras especulaciones. El avance en el trabajo nos traerá nuevas respuestas, nuevos conflictos de fondo. Y ya tenemos varios contactos, entre ellos el de Polo. Representa alguien mucho más cercano a nosotros en cuestión de edad y hasta de cultura. Vive en Londres, es muy probable que tenga ahora una concepción de lo que es ser indígena más cercana a la media europea, es decir, ser indígena también es una ideología, y como tal se desarrolla. Su cercanía con Ary Chicangana demuestra que está cerca de aquellos un poco mejor instruidos. El siguiente paso: Establecer contacto con la ACUR. Revisar los que se tienen en la terminal, las motivaciones internas del documental... Ver el Espíritu caminando... 12:45 PM 08/06/1999 Hace ya casi un mes que fuí para Otavalo y nada he escrito. He dejado mi trabajo a un lado por el asunto de la "calamidad doméstica". Pero lo sucedido implica una larga y concienzuda revisión. Tendría que narrarlo todo (por lo menos todo lo relacionado), con lujo de detalles. 4:43 PM 27/07/1999 Lo ideal sería pasarle este texto a Don Luis y a John James y Yasunari. Así por lo menos lograríamos una especie de "retroalimentación". Esa misma tarde no escribí nada. Siempre hay una buena razón para escabullirme... Pero ahora los recuerdos se me han entrecruzado, hasta me cuesta trabajo dilucidar las intenciones iniciales. Llevaba la tesis, dinero para comprarle instrumentos musicales a Héctor, odontólogo comboniano, y tenía intenciones de conversar con las autoridades municipales al respecto (más o menos). Partí por la mañana, como siempre. Llegué a Ecuador más pronto de lo normal; esperaba llegar en una semana y me demoré como tres días apenas. Ya casi no recuerdo mi llegada a Otavalo, fue casi de noche, era un viernes. ¡Ah sí! Llegué como es normal, en bus. A la salida de Ibarra nadie quiso pararme y llegué muy cercana la noche a la estación de Repsol que hay a la salida. Casi no me paran ni los buses. Pero en Otavalo, llegué a un costado del centro, no era la terminal, ni la plaza, sino un paradero unas cuatro cuadras hacia el oriente. Me costó trabajo ubicarme al principio. Pero encontré la plaza y la iglesia de San Francisco en unos minutos. Otavalo no es muy grande que digamos, pero no tan chiquito como para conocerlo todo en dos días. Como era de noche no sabía qué hacer. Para colmo era viernes y al día siguiente no abrirían las oficinas de la alcaldía, ni de ninguna entidad pública. Eso, además de lo duro del viaje, me hacían sentir perdido. Caminé y caminé, buscando un lugar donde dormir, volví a preguntar los valores y no habían cambiado desde la última vez que estuve en el pueblo. Algo así como 15 mil una noche. Ese es el precio estándar. Pero no encontré el rincón en donde dormí la vez penúltima. Así que decidí volver a hacerlo en frente del "Señor de las Angustias de Otavalo", en el escalonzote que se encuentra justo al lado de la puerta de la iglesia principal. Ahí por lo menos no me daría muy duro el viento. Utilicé la ropa que llevaba para cubrirme por todas partes. No debían ser más de las ocho, pero en Otavalo las noches son oscuras, y frías. Muchos se extrañaron al verme ahí, parece que no es muy usual. Soñé varias cosas, no hice caso a la recomendación interna de pararme de ahí e ir a buscar a alguien en la plaza donde se venden las artesanías. Bueno, fue ahí donde me robaron. El tipo, un otavalo bajito, grueso y musculoso, me quitó la camisa con la que estaba cubriéndome, y siguió como si nada, como si la camisa fuera suya. Yo me levanté y le grité que me la devolviera. Parece que lo hice muy amablemente, porque los tipos (lo acompañaba uno más joven y un mestizo de cara alargada) se devolvieron y el primero me devolvió la camisa y me preguntó si lo conocía o conocía a alguno de los otros dos. Yo les dije que no, que estaba recién llegado. Me dijeron que el joven necesitaba completar el dinero para irse a Ibarra, que "dejara algo". Esas últimas palabras me confundieron, no entendía eso de "dejar". Hubiera sido más fácil para mi si me hubieran pedido regalado, pero no. Entendí que querían dinero, pero el mío se había acabado con el bus. No quedaban sino unas monedas diminutas. No recuerdo si se las entregué. El joven y el mestizo carilargo me ofrecían licor de una botella que estaba destapada e iba casi a la mitad. Era obvio que el primer otavalo ya tenía sus tragos, por su manera de hablar y de caminar. Le dije que no tenía nada, si mal no estoy, y el tipo comenzó a esculcarme, todos tres repetían "deja algo, deja algo". Me encontró el pasaporte y el joven quería conformarse con que yo lo dejara. "Deja el pasaporte, por lo menos". Pero para mí era la única posesión valiosa que tenía, costaba más de 80 mil pesos, no creo que a ellos les sirviera de algo, y en cambio, a mí, me representaría quedar del todo indocumentado [como ya saben, no tenía ni la cédula ni la libreta militar, estos son los días en que todavía no los tengo]. El tipo descubrió que yo estaba sentado sobre un maletín. Yo me había cruzado la tiranta por la cintura, para prevenir que me sucediera lo mismo de la otra vez, en donde unos jovenzuelos, chavales o lo que fueran, me arrebataron el maletín y se fueron corriendo. Pero ellos vieron que podía correr tanto como ellos y lo dejaron ahí. Después de todo, no tenía mucho de valor. Cuando el tipo intentó hacer eso, opuse resistencia, sabía que el dinero de Héctor estaba ahí. La vaina se volvió evidente, lo de valor estaba ahí. El tipo era más fuerte que yo, y con facilidad me quitaron el maletín entre los tres. A pesar de que estaba casi borracho, no le di mucha lid al primer tipo. Ahora que caigo en cuenta, mi debilidad debió ser bastante grande. Tampoco he sido un fortachón a lo largo de mi vida. El pelao (tendría unos 14 o 16 años) se terció el maletín y se dispuso a irse. Yo le reclamé y le dije que ese maletín no era mío, lo cual era cierto, era de mi sobrino. Todo lo demás que estaba adentro importaba muy poco. La tesis tal vez, pero a pesar del valor de la edición, no era mucho y yo podía bajarlo cuando quisiera de Internet. El pelao corrió y yo me fui detrás de él. El tipo y el flaco carilargo quisieron distraerme, que me quedara mientras el otro se iba. Pero me sacudí sus manos y fui detrás del muchacho. Los otros dos seguían tratando de sujetarme. Pero cerca a las escaleras del andén que conduce a la iglesia, el tipo acertó a hacerme zancadilla y no sé cómo hice para no caerme con los zapatos que me quedaban grandes ya, pero corrí y pude ver que el muchacho casi llegaba a la esquina, girando hacia la izquierda. Le gritaba "¡Hey, volvé, no te lo robés, que eso no es mío!", quería que me oyeran para que siquiera alguien me ayudara. El tipo captó la intención y comenzó a gritar que no le fuera a pegar, que "él todavía era guagua". Yo lo miré con escepticismo, era obvio que quería distraer a cualquiera que oyera, y mi intención no era golpearlo, por evidente que pareciera y por natural que fuera una respuesta así. Yo sólo quería que me devolviera el maletín, como la otra vez. Logré seguir zafándome del tipo y volteé la esquina y vi que el muchacho estaba bajando la cortina de hierro de un local. El flaco por fin dijo algo "dejalo, dejalo", como disculpando al muchacho. Al principio, cuando los tres pasaron, me pareció escuchar que el bajito estaba instruyendo al muchacho para "conseguir" algo. Era obvio que el pelao era muy ingenuo, el flaco era inofensivo y ahí el ladrón era el grueso. Era el que hacía todo lo posible para que el robo se consolidara. Al voltear la esquina y ver que había descubierto al pelao, se vio más enojado, como que no esperaba que yo fuera constante y me amenazó con la botella. No me gustaba ni cinco la idea de un golpe con algo así, pero igual, el maletín (y la plata) seguían siendo ajenos. Sólo la ropa que iba adentro era mía. El tipo vió como que ser agresivo le daba mejor resultado, así que se hizo el más enojado todavía y rompió la botella contra el cordón del andén y me amenazó con el pico. Ahí me dí por vencido. El maletín y el dinero no valían una puñalada o una cortada con un pico. Los dejé ir. Pensé que después podría revisar el local, pero era de noche y hacía frío. Los tres se perdieron. Ahí donde estaba, se iniciaba la plaza de mercado. Demasiado tarde descubrí que la mayoría de los indigentes dormían ahí, bajo el abrigo de un techo más amplio. Ahí también les daba menos el viento. Pero, claro, no dejaba de ser igual de peligroso. Me sentí anonadado. Estaba con la camisa que había querido proteger al principio y sin lo que era de verdadero valor. Ahora ya no tendría ni siquiera con que cubrirme si el frío se hacía terrible. Quería dormir, pero toda esa actividad me había espabilado. Debí haber hecho caso a los primeros llamados de sacudirme el sueño e ir a buscar ayuda a la plaza. No lo hice, me pegué de la más tonta de las posesiones, y a lo último me quedé sin lo que no era mío. Me consolé con el hecho de que esta vez sí tenía un saco para protegerme del frío. Tampoco era mío, pero ni siquiera habían pretendido quitármelo. Ahí quedó la cosa. Al día siguiente el local ni siquiera era de un otavalo y el tipo, como cosa rara, no sabía nada de los otros tres ni de ningún maletín. A pesar de que no había perdido de vista la única entrada, habían sabido engañarme. Les busqué en la plaza e igual no los encontré. Me resigné a mi propia estupidez, y decidí hacer lo que había venido a hacer. Como era sábado, había más vendedores de artesanías de lo normal, así que pregunté por el valor de la quena y la zampoña que había venido a comprar. Habría alcanzado por unos bien finos, de un valor casi preciso al que me había dado Héctor. Encontré antes unos más baratos pero más rústicos. El tipo que encontré me dijo que lo encontraría en el mismo lugar todos los sábados, y si no, por ahí cerca. Entré por fin a la librería en donde había visto los libros sobre los otavalo y otros textos sobre indígenas, y descubrí que todos los que me interesaban eran de "editorial Abya Yala". Había encontrado la organización que necesitaba, era la precisa. Tenía presencia en Internet y todos los títulos que me interesaban (diccionarios quichua, textos sobre migraciones indígenas a la ciudad, cartillas sobre los desarrollos legislativos al respecto en Ecuador) eran de ellos. Había otro, muy interesante sobre la evangelización de las culturas indígenas, escrito por una bautista. Recuerdo que respondía a la pregunta "¿por qué los grupos indígenas tratan la religión católica de la misma manera como lo hacían con sus religiones precolombinas?", decía que lo que tenía en sus sincretismo era más similar a lo anterior que lo que se dictaba en los seminarios. Preguntaba también "¿por qué a pesar de los 500 años de evangelización aún no conocen las estructuras básicas de la espiritualidad cristiana?" y decía que daba pistas acerca de los caminos correctos hacia una verdadera y esta vez primera evangelización. Me daba la espina de que terminara siendo un pasquín bautista, pero lo ojeé y me pareció aún más serio de lo que me imaginaba. Hasta podría llamarse "objetivo". La vaina es que se me olvidó el editorial. Encontré otros más que hacían referencia a los indígenas, pero esta vez los de la zona amazónica. Pregunté al vendedor dónde podía ponerme en contacto con Abya Yala en Otavalo, ya que era obvio que los conseguiría, pero en Quito. Me dijo que "contactara al FISI", que era la organización indígena de los otavalos y me indicó como llegar a ellos. Encontré su "oficina" después de mucho preguntar, pero era una puerta de algo que parecía ser un taller o un almacén, con sólo una pequeña porción entechada. Había gente, otavalos, conversando afuera. Ellos me dijeron que sí, que ahí era, pero que no atendían los sábados y que tenía que esperar hasta el martes, porque el lunes era festivo, sabrá Dios de qué. Quise entrar, pero no les gustó la idea, "¿para qué, si no hay nadie?". Las intenciones de curiosear se volvían sospechosas, así que no insistí. La que me habló fue una mujer. ¿Por qué será que siempre que llega uno a preguntar, es a ellas a quienes encuentra? Me di cuenta de que había llegado en un mal día para hacer ese tipo de averiguaciones. Se me ocurrió que podría ir a Peguche, a preguntar por el contacto que hice el otro viaje, el indígena que tenía un telar. Pero le había dicho que si volvía era para grabarlo y no podía llegar con las manos vacías. El señor lo que quería era vender o salir en televisión, y esta vez yo no podía hacer nada para realizar sus dos intenciones. Decidí que iba a bañarme en las lagunas "huaringas", como creía y todavía supongo, son las lagunas "del norte del Tauntinsuyu", pero creo que quedan en Perú. Es decir, todavía no sé a ciencia cierta dónde es que quedan y cuáles son. Hasta podrían quedar en Colombia, o en la selva amazónica. Pero creo que están en los Andes y bien arriba. Así que decidí ir a bañarme en la laguna más cercana, para siquiera acercarme sólo en eso a los médicos itinerantes indígenas. Pregunté y me dijeron que había dos, pero la más cercana era la de Mojandas. Había una, un poquito más lejos si se cuentan los kilómetros, pero al lado de la Panamericana. Como no lo sabía en ese entonces, decidí muy confiado dirigirme hacia Mojandas. Apenas avancé unas cuadras, descubrí que la calle ya no era pavimentada e iba montaña arriba. Tragué saliva y comprobé el tiempo. Pregunté si "allá arriba" había donde quedarse, y me dijeron que sí, pero los ecuatorianos, en su afán de promover su turismo, me consideraron un turista con plata. Había un lugar, claro, pero había que pagarlo. Decidí ir de todos modos, para que el viaje valiera la pena. Me dijeron que eran como 14 kilómetros y esa era una distancia que podía recorrerse dos veces fácilmente en un día. Caminé y caminé, poniéndole dedo a todo el carro que pasara, que no eran sino camionetas, y una o dos. Lo bueno es que una me llevó, pero al ratico giró por una variante y me tocó bajarme. Seguí caminando y encontré una señora otavalo que llevaba una carga grande, no mucho para ella, envuelta en su poncho, cargada en la espalda. Quería ponerle conversa, pero no sabía cómo. Por fin le saludé y le dije que iba a Mojandas. Ella preguntó de donde venía y le gustó que "anduviera paseando". Le pregunté si quería que le ayudara, pero me dijo que no, que era "muy complicado". Claro, habría tenido que prestarme su poncho y correr el riesgo de que yo saliera corriendo loma abajo con lo que era suyo. No es de genios confiar en quien no se conoce. Le conté que me robaron cuando me preguntó por qué no tenía maleta y ella me creyó y se compadeció de mí. Me daba gusto encontrar su fuerte acento indígena, le pregunté si podía enseñarme quechua y me dijo que sería muy complicado, que en el pueblo enseñaban. Como yo no tenía dinero y no estaba interesado en una escuela, me dijo que tendría que hacerlo por ahí, en las familias, en las casas que se veían por el camino. Claro, me dijo que necesitaría tiempo. Ella iba a la casa de un pariente, antes de Mojandas. Pasó una camioneta y paró. Antes habían pasado otras dos, pero no habían parado, a pesar de que la señora les había puesto la mano. El señor que me paró, lo hizo por unos segundos, más para que lo hiciera yo que para que lo hiciera ella. No supe que hacer diferente a quedarme y pedir que se detuviera, pero el tipo no oyó o no quiso. Un señor, mestizo, iba en el volco conmigo. Me dijo que todavía faltaba bastante, que iban sí, pero a un aserradero que quedaba bastante antes de Mojanda, que probablemente había 14 kilómetros, pero de donde ellos iban hasta Mojanda. Y que iba a llover. No fueron noticias muy regocijantes, pero tenía todo el día, y con el buzo sabía que podía pasar la noche. La lluvia, bueno, la lluvia era otra cosa. Le dije que ya que estaba aquí no iba a devolverme, además, me gustaba caminar. Llegamos al aserradero, que más parecía una finca cualquiera, y yo seguí. Adelante se veían las nubes grises. Caminé un resto y comenzó a chispear. Repasé mi decisión y lo indicado fue continuar. Encontré una chuspa tirada al lado del camino y la usé para cubrirme. Me sirvió de lo lindo, pues lo único que hizo fue chispear, no llovió muy duro. Ni siquiera llovió en forma. Fue como una hora o 45 minutos de chispeo, con la chuspa fue suficiente. Para gran alegría mía, llegué a un campo verde, donde las nubes se detenían; parecía que sólo hasta ahí las dejaba llegar el viento. El sol brillaba con una claridad, casi pureza, como lo hace en la alta montaña. Vi a una persona ¡la única que había visto en el camino desde el aserradero! que se acercaba hacia mí, caminaba en dirección contraria. llevaba una chaqueta plástica delgada, de color oscuro. Pensé que sería un mestizo, camino a Otavalo, venía con el capuchón bien cerrado, para protegerse del frío. Le pregunté "¿falta mucho para la laguna?" ahí se descubrió el rostro y descubrí que era una bella mujer extranjera, rubia de ojos claros. En un español muy difícil, casi monosílabos, me dijo que "no, sólo..." y con gestos me dijo que faltaban dos curvas. Me gustó encontrar una extranjera dispuesta a caminar semejante trecho, y con lluvia. Y mucho más me alegró su respuesta. Quedé con el anhelo de llegar, bañarme y regresar para alcanzarla y conversar con ella. Llegué por fin a Mojandas. Era muy hermosa. Parecía un pedazo del mar Caribe anclado en medio de las montañas; tres de ellas sobresalían, a una la rozaba una nube. Las aguas se movían con olitas creadas por el viento y era azul. ¡Azul! ¡que cambiaba de tonos, entre claro, aguamarina y oscuro. Adentro parecían adivinarse rocas, no se veía muy profunda. A mi derecha había una casa en cemento, parecía campesina. De lejos se veía que un cuarto no tenía puerta y adentro alguien había ennegrecido las paredes con candela. Al otro lado y siguiendo la carretera se veían un albergue, con tejas de arcilla. No se veía barato. Más acá un campero, Nissan, probablemente. Me acerqué a la casita y me metí en el cuarto permanentemente abierto. Ahí se sentía calorcito y el olor que deja la madera quemada. Busqué el fuego y no lo vi. Debía ser de alguna otra parte de la casa, pero el cuarto sólo tenía una puerta, por la que yo había entrado. Había algo así como un tragaluz en la pared que dejaba ver las otras habitaciones. Me asomé y vi que había otras puertas, al lado de una de ellas, metálica, se quemaban chamizos. Podía oír los movimientos de una persona, así que di la vuelta y me encontré con una ventana. Dentro un hombre joven se recostaba sobre la reja de metal y me miraba. Era como el ecuatoriano promedio: indígena, pero no mucho. Llevaba ropa que parecía ser militar, no parecía estar muy abrigado. Le pregunté si podía bañarme y después regresar a refugiarme en la casa, sobre todo si comenzaba a llover. El me miró y me dijo "sí, vaya", sin muchos rodeos. Yo me alegré y salí corriendo a bañarme a la laguna. ¡Y vaya si el agua estaba fría! Me sumergí todo, pero salí cuanto antes por temor a la hipotermia. Quería bañarme desnudo, pero como probablemente había gente mirando al otro lado, en el albergue, el pudor me pudo. Lo hice en calzoncillos. La lluvia que se inició me sirvió de excusa para salir aún más rápido. Temía que la ropa que había dejado en la orilla se me empapara, y ahí sí que hubiera sido la pulmonía. Corrí con ella en la mano, envuelta en la chuspa, semidesnudo, camino a la casa. Toqué la puerta, pero como que el tipo no estaba. Di la vuelta cuanto antes, el viento se estaba haciendo más frío, y me metí en el cuarto permanentemente abierto. Ahí estaba mucho más calientico. Me sequé con las manos lo mejor que pude (no muy mal) y me puse la ropa, dejándome sólo el pantalón y el calzoncillo mojado en la mano. Lo más difícil de secar fueron los pies sucios. Pero había vuelto a la vida, al optimismo. Mi Señor es muy grande. La hermosura del paisaje bien valía la pena el viaje, el maletín, la aventura. Era hermoso. Al ratico el agua se detuvo y volvió a salir el sol, tímidamente. Parecía que todo estaba planeado para que yo me metiera cuanto antes, y regresara cuanto antes. Recordé que en la montaña el agua viene y se va en cualquier momento. Así que tenía que aprovechar ese rayito de sol para volver a Otavalo. Salí, casi corriendo y muy contento. Antes de llegar a la carretera me encontré al joven, parecía estar quemando o recogiendo algo. Me preguntó "¿se va?" Le dije que sí, que volvía a Cali, que debía hacerlo antes de que regresara la lluvia. El asintió y siguió mirando lo suyo. Sí, parecía un militar, algo así como un joven pagando servicio. Llegué a la carretera escalando el terrenito que había descendido antes y caminé, aún con esperanzas de encontrar a la muchacha. Lastimosamente, cuando comenzó a llover, el Nissan que estaba parqueado salió a toda carrera. Tal vez fue a buscarla, porque no la encontré en todo el camino. Yo caminé y caminé, recordando por todo lo que había pasado. Me encontré una pareja de campesinos con su niño y un chivo. Me preguntaron que si faltaba mucho para llegar a la laguna. Les respondí lo mismo que me dijo la gringa: Algo más de dos curvas y ya llegan. Me preguntaron si venía a pasear, que si venía de Ibarra. Les dije que no que venía de Cali, y eso les gustó mucho. Seguí mi camino, ya con menos nubes, sin siquiera una llovizna y pude ver las montañas, el Imbabura que no mostraba su punta pero sí su tamaño, como columna de nubes. Grandioso, monstruoso, impresionante. Verde. Seguí mi camino de rocas y matas a los lados. Ahora tenía menos frío. Como me enseñó la gente de clima frío en Pitalito y Bogotá, una vez que uno se baña en agua fría, ya el clima no es lidia para uno. El sol se sentía sabroso. Me arrepentía de haber pensado en regresar sin haber llegado a la laguna. ¡De lo que me hubiera perdido! Pasó una camioneta y me llevó directo a Otavalo. Ahí atrás en el volco conversé con un señor ecuatoriano, sobre la pobreza del país y la riqueza del paisaje, de la violencia de Colombia, que ojalá se detuviera, para que también tuvieran el gusto de visitarnos y compartir nuestras bellezas. Llegué, pues, a Otavalo; volví a preguntar por los del FISI, pero no los encontré. Fue casi por deporte. Comí algo y tomé rumbo a Cali. ¡Ah, cosa memorable! Volví a encontrar la misma tienda, con la ecuatoriana bella como pocas he visto, tan amable como otavaleña. Unos ojos claros y la piel chapeadita, como la gente de montaña. Quise conversar, decirle algo, pero sólo atine a decirle que era muy bella. Ella sonrió y me dijo "gracias". Me fuí, volví a Cali. Pasé por Ibarra, el 17, con su gente negra, su clima caliente y mi afán. Quería llegar cuanto antes. Noches terribles en la montaña. Ipiales, Las Lajas, Pasto. He vuelto. Estoy aquí y sé que es mucho lo que me he perdido. Encontré a Ismaelina postrada y ahí sigue. Reconocí que el proyecto con los combonianos era algo todavía más urgente, que pretender realizar los dos era utópico, tenía que decidir. Varias veces Oscar Campo me decía que no se podía hacer un documental uno solo. John James y Luis no hacían sino dar largas. Posposiciones eternas, negativas hasta para hacer una reunión entre los tres. Mucho hablar y nada que despega. El trabajo lo hacía todo yo, los demás participaban por los laditos. Las últimas veces había visto a los dos sin mucho ánimo, como con muchas razones para no hacerlo, para no pensarlo. Eso era suficiente para darle prioridad a un proyecto sobre el proceso de Paz, y con la Iglesia. Era mucho más cercano a Aquel en Quien Se Puede Confiar. A Aquel Que No Falla. Así que tomé la decisión: El proyecto con los combonianos tiene prioridad. Sólo faltaba decirles a los demás. Hablé con Luis y posponer el proyecto no pareció entristecerlo. Pero ya estaban cerca los días en los que tendría vacaciones. Cuando por fin encontré a John James, en el concierto de Jazz, me dijo que había visto a Don Luis y había preguntado por mí, que por qué no había vuelto. Le dije lo que había pasado, mi decisión, porque no parecía despegar. Tampoco fue para él una tragedia. Lo de Don Luis me puso a pensar. No había pensado en él. Es por eso que ahora pienso en entregarle este texto, para que él lo lea, lo piense y se dé, probablemente, un proceso que su propio grupo, el de Asoinya, pueda pensar. Si surge una iniciativa desde ellos mismos, sería mucho más saludable que todas nuestras búsquedas; o mis búsquedas. Pienso en todo lo que habíamos adelantado, a pesar de que sentía (siento) que el trabajo estaba recargado. Sigo pensando que lo más saludable es una posposición temporal, de acuerdo a como vayan las cosas. Ya el Señor decidirá, si él quiere, las cosas se quedarán como están y surgirá otra cosa. O resucitará, pero esta vez distinto. Con una participación directa, activa e indispensable, del mismo don Luis, de los mismos otavalos (quichuas). 10:57 a.m. 3/2/2000 Los desarrollos recientes fueron hace tanto tiempo... Fueron en la Mesa de la Sociedad Civil por la Paz. Ahí encontré por fin a Ary Chicangana, después de milenios de buscarlo. Le había buscado hasta en Jamundí, le había preguntado una y mil veces en los teléfonos que me dio Polo, el hijo de don Luis. En ellos me respondió dos veces una mujer con acento indígena y me dijo que él no tenía horario para llegar, que era más probable por la noche. Al fin me dí por vencido y dejé de llamarlo. Era un teléfono en Cali, si mal no estoy. No recuerdo bien, pero creo que me dijeron que no era ahí, en una de las tantas llamadas. Ya había desistido de insistir en el mismo "Llakta", le había dicho a Luis y a John James que era mejor posponerlo, tal y como lo hice en el texto anterior. Cuando por fin logré que se vieran, o mejor lo hizo El Jefe, porque fue pura coincidencia que se encontraran aquella noche en la casa de la cultura, en la noche de Jazz. Ahí más o menos les conté de mi decisión. John James me dijo que don Luis había preguntado por mí, que por qué no había vuelto. Eso me intrigó, me recordaba algo así como un compromiso no asumido. Tanta indecisión terminaría afectando al fin a un resto de gente. No era el caso de dejarlos colgados. Luego, en la Mesa, encontré a Ary, junto a Jair y otros de Asoinya, mientras estaba conversando. Les dije del proyecto justo después de saludarles. Jair se mostró prudentemente distante, a Ary le pareció muy interesante. Dijo que podría hablar ahí mismo con los otros de Asoinya. Estábamos en las gradas del coliseo de Univalle y caminamos a buscar a los otros indígenas de ACUR y Asoinya que estaban ahí. Yo les pregunté sobre la asociación, si estaba formado el cabildo aquí en Cali. Ary y ellos me dijeron que no, que era el cabildo de Río Blanco, que tenía sus representantes aquí. Que no habían pensado en incluir a otros, pero que podría pensarse en un futuro. Jair no sabía si la asociación estaba lista para algo como un documental, pero Ary le parecía interesante porque de esa manera podían hacer unas denuncias que necesitaban hacer más adelante. Jair entonces se mostró interesado realmente. Me pareció incómodo no saber qué hacer ante su respuesta positiva, así que decidí aclarar las cosas de una vez. Le pregunté si la Asoinya era de indígenas otavalo o de vendedores ambulantes y estacionarios. Jair dijo que la asociación iba a reformularse y que dejaría de ser OINE para ser sólo Asoinya. Ahí fue que les pregunté si iba a ser sólo de otavalos y Jair me corrigió: "Quichuas". También podía ver que Ary prefería esa manera de nombrarles. El cabildo de Río Blanco estaba organizándose para algo grande, en todo el norte del Cauca, pero apenas estaban en el principio. Jair estaba tomando decisiones ahí mismo, creo que su identidad no estaba clara en ese momento. No sé como estará ahora, casi un año después. Lo que me sorprendió, casi me decepcionó, fue saber que no habían pensado en un cabildo urbano, eso no estaba en sus cabezas. Ni siquiera se les había pasado por ahí. Pero me dijeron que había gente de varios cabildos aquí y que estaban organizando a los cabildos para responder cada uno por los suyos, o algo así, pero primero había que organizarlos. Hasta ahí hablé con Ary. Después, en los descansos-esperas de la Mesa, los encontré pero no volví a hablar con él. Parecía haber tomado la distancia que desde el principio le vi a Jair. Ahora era el quindiano de Asoinya el que parecía interesarse en conversar conmigo. En ese entonces tenía el problema de decidirme por el "proyecto" con los combonianos y la pastoral afro o los "otavalos", y me estaba inclinando más por los primeros. Aún no me he definido. Ese es un hueco del tamaño de un buque y que debo resolver cuanto antes. Tiene que ver con lo que considero un trabajo y lo que no. En fin... Lo último que sucedió, y que más me dolió, fue que Jair me llamó para que estuviera en una rueda de prensa que iba a dar un senador indígena cuyo nombre no reconocía. Iba a hablar de la situación de los indígenas en el Cauca y era una oportunidad grande para escucharlo. Jair estaba interesado en que nosotros lo grabáramos. Yo le había hablado de la cámara de John James y de la que podía prestarnos ArteVisual. Me dijo que la entrevista era para el otro día. ¡Puf! Me puso a correr, busqué a John James y como cosa rara no lo encontré. Llamé a Luis y me dijo que tenía que hablar con Ana. Ella me dijo que a mí me la soltaba pero no sólo. Yasu decía que no podía ir, si mucho llegar tarde. Me preguntó si tenía claro si podía ir acompañado, más si era a un lugar cercano a "la olla". Busqué la probabilidad de que alguien me acompañara pero no ví ninguna real y cercana. Ella estaba asustada porque recién le habían robado la cámara a John Jairo. No quería correr riesgos y yo no podía darle ninguna seguridad. Estaba, pues, con las manos vacías. Así que llamé a Yasu para explorar la lejana posibilidad de que su tío nos pudiera prestar la Handycam. El me dijo que nooo, que eso había que decirlo con tiempo, que se podía hacer, pero que si su tío se llegaba a dar cuenta de que era por donde era, no la prestaba para eso. En fin. Llamé a Jair nuevamente y le conté que no podía, le expliqué y me dijo que era una lástima, pero que fuéramos de todos modos, que lo que iba a decir el senador era importante. Mierda. Le dije que lo haría si podía y olvidé por completo que al día siguiente tenía algo que hacer. No sé, pero al fin al día siguiente me desocupé temprano, habría podido ir, pero la vergüenza de llegar tan tarde y sin nada me pudo. El mismo Yasu insistía en que de esa manera no se podía hacer algo de calidad, había que ver el sitio, considerar la luz, el audio, cosas que yo sabía se debían tener en cuenta si queríamos hacer algo digno de verse. Así que me ganó ponerme a pensar en esas consideraciones. Recuerdo que le dije a Jair todo eso en la última llamada que le hice. De verdad, si hubiera llamado un poco antes, digamos un día o dos, hubiera sido posible convencer a alguno para la cámara, o a un grupo de jóvenes o quienes fueran, de que nos acompañaran a Asoinya. Pero no fue. Como dice San Pablo: "El Espíritu de Dios no quiso". Claro, si Dios hubiera querido se hubiera dado. El caso es que nos perdimos todo el proceso de organización de las movilizaciones que se daría meses más adelante en el Cauca e iban a ser algo histórico en el país. Fue algo así como la caída de Bucaram en Ecuador sólo que en pequeño. Los indígenas bloquearon todas las vías de acceso a Popayán y el gobernador se puso de parte de ellos. Fue algo muy especial porque fue la primera vez que se consideró que los bloqueos a la Panamericana eran producto de problemas sociales profundos, no de unos cuantos indios rebotados. En fin, cosas que cualquiera que haya leído noticias, o haya tenido la intención de viajar al sur en esos días, se hubiera dado cuenta. Ahora la posibilidad de la financiación parece estar un poco más cerca con los contactos que ha establecido Yasu, pero aún así parece lejana. Implica enviar el proyecto y un sinnúmero de papeles a varias partes, sin ninguna garantía. Es ahí donde está la cuestión. Implica gastos por todas partes. Y eso no es todo. Lo principal no lo he escrito. Es algo a hablar personalmente, cada quien lo tomará a su manera. Pero no sé hasta que punto el proyecto está pensado únicamente para el beneficio personal. De ahí que no hayamos considerado a los quichua como protagonistas, en vez de como actores. Ni siquiera nos habíamos dado cuenta de que no eran otavalos sino quichuas. En fin. Tenemos que QUERER acercarnos a ellos de una manera más profunda para encontrar lo que ellos necesitan que se diga, no lo que nosotros queremos decir. O por lo menos lo que podamos negociar entre todos. Pero, insisto, que la inclinación se más del lado de ellos que del nuestro. Si no ¿para qué documental? ¿un capricho artístico? La calidad no se improvisa y la quien determina no es el cliente. Es Alguien que está por encima de él.